Presentación

Este blog está realizado con el objetivo de divulgar conocimientos sobre filosofía, ciencia, sociedad, política y espiritualidad en un intento de unir estas disciplinas que en la actualidad se estudian por separado. Continuar leyendo la presentación

domingo, 14 de septiembre de 2014

Arte Vs. Ciencia: round 2



En el post Arte vs Ciencia Round 1, expuse cómo Freud creó un método para acercar los misterios del inconsciente al positivismo científico que ha resultado en dogma, el sustituto perfecto a la pérdida de fe en la religión tradicional. 
 
Para entender las ideas y los personajes hay que entender la época en dónde vivieron. Finales del s.XIX y principios del s.XX es una época marcada por el resurgimiento de las fuerzas de la naturaleza, instintos, y pasiones que marcaron el romanticismo, el auge de la ciencia materialista, darwinismo, receso de la influencia de los dogmas judeocristianos en cuanto a las cuestiones humanas, y sustitución de éstos por los recientes éxitos de la ciencia racionalista y materialista. Paralelamente al racionalismo científico, surge una revitalización del esoterismo, ocultismo, espiritismo y paganismo, que se encontraba en estado latente en Alemania. Primera Guerra Mundial, Revolución Comunista en Rusia, pobreza en Europa, y Nacionalsocialismo como la respuesta Alemana al problema humano. ¿Por qué Alemania empieza la caza de los judíos? No es ningún secreto el hecho de que la doctrina filosófica Nazi recibe influencias del paganismo y del hinduísmo. La esvástica como bandera es el elemento indiscutible que demuestra la afición alemana de la época por la filosofía hinduísta o budista.

El Dios todopoderoso judeocristiano recibe estocadas tanto por parte del paganismo-hinduísmo como por parte del racionalismo científico. Europa del Este y Central ruge ante los cambios de mentalidad humana, y un racionalismo planificador basado en el materialismo(comunismo) compite con una mezcla de orgullo racial nórdico y neopaganismo(nazismo).

El nazismo perdió la guerra, y entonces quedaron enfrentados el comunismo ateo con la reválida del pobre “Dios Todopoderoso” judeocristiano, que resurge de sus cenizas ahora refugiado en los Estados Unidos de América.

Entender el concepto de los arquetipos mentales es crucial para no perderse en la complejidad de la lucha en el mundo de las ideas y las ideologías. No es nada nuevo decir que el comunista simplemente cambia una creencia por otra, manteniendo el mismo tipo de estructura mental que funcionaba bajo el cristianismo. Esta afirmación la comparte Jung, un servidor, y numerosos escritores y pensadores que vivieron en primera persona los intentos revolucionarios en España como Hemingway o Orwell.

Dios es bueno y cuida de nosotros.

se cambia a:

El Estado es bueno y cuidará de nosotros.

De la misma manera, la creencia ciega en la verdad de las escrituras religiosas se transforma en la creencia ciega en el materialismo científico, negando firmemente cualquier posibilidad de acción a “fuerzas ocultas” o místicas. Cambia la forma, la expresión verbal, pero no los procedimientos mentales ni la manera de creer y no querer escuchar alternativas. Tanto el monoteísmo dogmático como el racionalismo científico mantienen en común el uso exclusivo de la parte racional del cerebro, negando la validez de la parte emocional, subjetiva, del terreno del arte y los sentimientos. Nos encontramos de forma clara y evidente con el mismo arquetipo mental, que simplemente cambia, muda de piel manteniendo los rasgos más característicos que lo diferencian de otros. El camuflaje de este arquetipo escurridizo fue desubierto por Nietzsche, que lo bautizó como el Ideal Ascético, pues simplemente se basa en el intento del dominio racional de la mente sobre la parte irracional o emocional. En otros términos, el sometimiento del inconsciente por parte de la mente consciente.

Y enmedio del caos de los incios del s.XX surge de entre la bruma un médico con raíces judías que promulga un nuevo método de control del inconsciente: Sigmund Freud. Su teoría de que todos los problemas en la psique humana son causados por la represión del instinto libidinoso causa uno de los múltiples revueltos de aquella época. El instinto primordial, la madre del cordero de la conducta humana pasa de aquella fuerza priomrdial y espontánea que era la Voluntad de Schopenhauer, por la Voluntad de Poder de Nietzsche, y se detiene en la Voluntad de Follar de Freud.

No hay nada de malo en usar una palabra u otra para designar aquello que todos sabemos que juega un rol importante en nuestras vidas: el instinto. El problema de Freud reside en la solución que plantea él ante el problema de la violencia y el instinto humano. Freud cree que la vida civilizada es una mascarada, una imposición, una prisión al instinto animal más básico, que según él, siguiendo con el materialismo darwinista de la época, és lo único auténtico en el hombre. Y entiende que sin las normas de conducta de la vida en sociedad, esto sería una guerra de todos contra todos que terminaría con la destrucción de la cultura. Entonces es cuando realiza una perífrasis, y paradójicamente pasa a justificar la represión sobre los instintos al mismo tiempo que reconoce que son la esencia humana.

La solución racista-neopagana pierde la Segunda Guerra Mundial, y se abre el camino al desarrollo del materialismo como doctrina filosófica. Y entonces Freud juega un rol importante en el asentamiento de la moral judeocristiana en la segunda mitad del s.XX. Proporciona la solución al problema de los instintos humanos con la vieja fórmula juedeocristiana(que él llamaría superego), justificada de esta forma la moral judía sobre las bases del materialismo científico, sustituyendo la Iglesia de los domingos por las charlas con el psicoanalista.

¿Dónde queda entonces la promesa del superhombre de Nietzsche? ¿Qué sucede con la esperada resurrección del espíritu artístico de la antigua Grecia? ¿Dónde están los nuevos valores que necesita el hombre para ser feliz? ¿Cómo integramos armoniosamente nuestros instintos y nuestro interior en la sociedad? ¿Cómo expresamos nuestras emociones?

De momento dejaremos hablar a una persona que conoció muy de cerca a Sigmund Freud:

Jung: Recuerdos, Sueños, Pensamientos (1961), capítulo V: Sigmund Freud

Ya en 1900 leí la obra de Freud Interpretación de los sueños. Dejé el libro a un lado porque no lo comprendía aún. A los veinticinco años carecía de experiencia para poder comprobar las teorías de Freud. Sólo fue más tarde cuando pude hacerlo. En 1903 volví a leerlo y descubrí la relación con mis propias ideas. Lo que me interesó principalmente en esta obra fue la aplicación al campo del sueño del concepto «mecanismo de represión», procedente de la psicología de la neurosis. Esto era importante para mí, porque en mis experimentos de asociación de palabras con frecuencia surgían represiones: a ciertas palabras sugerentes, los pacientes no sabían dar una respuesta asociativa, o se tomaban un tiempo considerablemente largo para reaccionar. Como se comprobó posteriormente, se presentaba este trastorno cada vez que la palabra sugerente afectaba a un dolor o conflicto anímico. Pero ello era en la mayoría de los casos desconocido por el paciente, y a mi pregunta acerca de la causa del trastorno respondían de modo extraño y rebuscado. La lectura de la Interpretación de los sueños de Freud me mostró que aquí actuaba el mecanismo de la represión y que los hechos observados por mí coincidían con su teoría. No podía más que constatar sus conclusiones. Algo distinto sucedió en relación con el tema de la represión. En este aspecto no podía dar la razón a Freud. Él veía como causa de la represión el trauma sexual y ello no me bastaba. En mi consulta conocí numerosos casos de neurosis en los cuales la sexualidad desempeñaba un papel meramente secundario, mientras que había otros factores en primer plano, por ejemplo, el problema de la adaptación social, de la opresión por circunstancias de la vida, las pretensiones de prestigio, etc. Posteriormente le presenté a Freud tales casos, pero él no admitía otros factores que no fueran la sexualidad. Esto me pareció muy poco satisfactorio. “

Nos encontramos a la una del mediodía y hablamos durante trece horas ininterrumpidamente, por así decirlo. Freud era el primer hombre realmente importante que yo conocía. Ningún otro hombre de los que entonces conocía podía equiparársele. En su actitud no había nada de trivial. Le encontré extraordinariamente inteligente, penetrante e interesante en todos los aspectos. Y pese a ello mis primeras impresiones sobre él fueron poco claras y en parte incomprendidas. Lo que me decía acerca de su teoría sexual me impresionó. Sin embargo sus palabras no lograron disipar mis dudas y reflexiones. Se las planteé más de una vez, pero siempre me objetaba mi falta de experiencia. Freud llevaba razón: entonces no poseía yo la experiencia suficiente para fundamentar mis argumentos. Vi que su teoría sexual era extraordinariamente importante para él, tanto en el sentido personal como filosófico. Ello me impresionó, pero no podía explicarme exactamente hasta qué punto esta valoración positiva dependía en él de premisas subjetivas y hasta qué punto de experiencias concluyentes. En especial, la posición de Freud respecto al espíritu me pareció muy cuestionable. Siempre que en un hombre o en una obra de arte se manifestaba el lenguaje de la espiritualidad, le parecía sospechoso y dejaba entrever una «sexualidad reprimida». Lo que no podía explicarse directamente como sexualidad, lo caracterizaba como «psicosexualidad». Yo objetaba que su hipótesis, llevada a sus lógicas conclusiones, conducía a un juicio demoledor sobre la cultura. La cultura aparecía como una mera farsa, como fruto morboso de la sexualidad reprimida. «Ciertamente —concedía él—, así es. Ello es una maldición del destino contra la cual nada podemos.» Yo no estaba dispuesto en absoluto a darle la razón. Sin embargo, no me sentía maduro todavía para entablar una polémica. Hay todavía algo en este primer encuentro que me resultó significativo. Concierne a cosas que, sin embargo, sólo logré comprender y meditar después del fin de nuestra amistad. Era evidente que la teoría sexual de Freud resultaba singularmente sugestiva. Cuando Freud hablaba de ello, su voz se hacía imperiosa, angustiosa casi, y ya no se notaba nada de su actitud crítica y escéptica. Una expresión extrañamente agitada, una causa que no lograba yo aclarar, animaba su rostro. Me impresionó profundamente que la sexualidad significara para él un numinosum. Mi impresión quedó confirmada por una conversación que tuvo lugar unos tres años después (1910), nuevamente en Viena. Recuerdo todavía muy vivamente cómo me dijo Freud: «Mi querido Jung, prométame que nunca desechará la teoría sexual. Es lo más importante de todo. Vea usted, debemos hacer de ello un dogma, un bastión inexpugnable.» Me dijo esto apasionadamente y en un tono como si un padre dijera: «Y prométeme, mi querido hijo, ¡que todos los domingos irás a misa!» Algo extrañado le pregunté: «Un bastión ¿contra qué?» A lo que respondió: «Contra la negra avalancha», aquí vaciló un instante y añadió: «del ocultismo». En primer lugar fueron el «dogma» y el «bastión» lo que me asustó; pues un dogma, es decir, un credo indiscutible, se postula sólo allí donde se quiere reprimir una duda de una vez para siempre. Pero esto ya no tiene nada que ver con una opinión científica, sino sólo con un afán de poder personal. Esto constituyó un rudo golpe para nuestra amistad. Yo sabía que nunca podría aceptar esto. Lo que Freud parecía entender por «ocultismo» era, más o menos, todo lo que la filosofía y la religión, incluyendo la parapsicología, que por entonces estaba de moda, tenían que decir sobre el alma. Para mí la teoría sexual era igualmente «oculta», es decir, indemostrable, pura hipótesis posible, como muchas otras concepciones especulativas. Una verdad científica era para mí una hipótesis satisfactoria por el momento, pero no un artículo de fe para todos los tiempos. Sin poder entonces comprender esto correctamente, había observado en Freud una secuela de factores religiosos inconscientes. Manifiestamente quería alistarme para una defensa común contra amenazadores signos inconscientes. La huella que me dejó esta conversación contribuyó a mi confusión; pues hasta entonces no había atribuido a la sexualidad el alcance de una cuestión indecisa a la que se debe prestar fidelidad porque pudiera perderse. Para Freud la sexualidad significaba, por lo visto, más que para los demás. Era para él una res religiose observanda. Bajo la influencia de tales ideas y cuestiones se incurre, por regla general, en la desconfianza y la reserva. Así, nuestras conversaciones terminaron pronto, tras algunos balbucientes intentos por mi parte. Yo estaba profundamente impresionado, confuso y desconcertado. Tenía la sensación de haber lanzado una ojeada a un país nuevo y desconocido, de donde me llegaban volando bandadas de nuevas ideas. Una cosa estaba clara para mí: Freud, que siempre hacía hincapié en su irreligiosidad, se había construido un dogma, mejor dicho, en lugar del Dios celoso que había perdido, había puesto una imagen forzosa, concretamente a la sexualidad; una imagen que no era menos apremiante, exigente, despótica, amenazadora y ambivalente moralmente. Del mismo modo
que al más fuerte psíquicamente y por lo tanto, terrible, corresponden los atributos de «divino» o «diabólico», la «libido sexual» había adoptado en él el papel de un deus absconditus, de un Dios oculto. La ventaja de esta mutación consistía para Freud en que el nuevo principio numinoso le
parecía irreprochable científicamente y libre de todo lastre religioso. Pero en el fondo subsiste la numi-nosidad como propiedad psicológica de los principios antagónicos inconmensurables racionalmente: Jehová y sexualidad. Sólo había variado la denominación y con ello ciertamente también el punto de vista: no era en lo alto donde había que buscar lo perdido, sino abajo. Pero ¿qué le importa, al fin y al cabo, al más fuerte, si se le define de éste o de otro modo? Si no existiera psicología alguna sino sólo objetos concretos, se habría en efecto destruido a uno, para colocar a otro en su lugar. En la realidad, es decir, en el campo de la experiencia psicológica, no ha desaparecido empero nada en absoluto de la urgencia, angustia, coacción, etc. Como antes, se plantea la cuestión de cómo aparece o desaparece el miedo, el remordimiento, la culpa, la coacción, la inconsistencia y la impulsividad. Si no proviene del lado diáfano, idealista, entonces quizá lo haga del oscuro, del biológico. Como llamas momentáneamente oscilantes pasaron por mi cabeza estos pensamientos. Mucho más tarde, cuando medité sobre el carácter de Freud, se me hicieron importantes y revelaron su significado. Un rasgo de su carácter me preocupaba en especial: la amargura de Freud. Ya me llamó la atención en nuestro primer encuentro. Durante mucho tiempo no logré comprenderlo hasta que pude relacionarlo con su actitud respecto a la sexualidad. Para Freud la sexualidad significaba ciertamente un numinoso, pero en su teoría se expresa exclusivamente como función biológica. Sólo la inquietud con que hablaba de ello permitía deducir que en él resonaba más profundamente. En última instancia quería enseñar —así por lo menos me lo pareció a mí— que, vista desde dentro, la sexualidad implicaba también espiritualidad o tenía sentido. Su terminología concreta era, sin embargo, demasiado limitada para poder expresar esta idea. Así pues, me daba la impresión de que trabajaba contra su propio objetivo y contra sí mismo; y no existe amargura peor que la de un hombre convertido en el más encarnizado enemigo de sí mismo. Según su propia expresión, se sentía amenazado por la «negra avalancha», él, que había propuesto principalmente vaciar las oscuras profundidades. Freud no se preguntó nunca por qué debía hablar constantemente sobre el sexo, por qué este pensamiento le poseía. Nunca tendría consciencia de que en la «monotonía del significado» se expresaba la huida de sí mismo, o de aquella otra parte suya que quizás pudiera definirse como «mística». Sin reconocer esta parte no podía sentirse acorde consigo mismo. Era ciego frente a la paradoja y la ambigüedad de los significados del inconsciente, y no sabía que todo cuanto emerge del inconsciente posee algo superior e inferior, algo interno y externo. Cuando se habla de lo externo —y esto hizo Freud— se considera sólo la mitad de ello y, consiguientemente, surge en el inconsciente una fuerza antagónica. Contra esta parcialidad de Freud no había nada que hacer. Quizás una íntima experiencia personal le hubiera podido abrir los ojos; pero a lo mejor su mente lo hubiera reducido también a «mera sexualidad» o «psicosexualidad». Fue prisionero de un punto de vista y justamente por ello veo en él una figura trágica, pues era un gran hombre.”

“Nietzsche, entregado y supeditado a su destino, tuvo que crearse un «superhombre». Freud, así concluí yo, quedó tan impresionado por el poder del eros que quiso elevarlo a un numen religioso, incluso a dogma —aere perennius. No es ningún secreto que Zaratustra es el heraldo de un evangelio, y Freud compite incluso con la Iglesia en su intención de canonizar los principios. No hizo esto de un modo demasiado ostensible, pero sí, sin embargo, con la intención, sospechosa para mí, de querer pasar por profeta. Levanta la trágica reivindicación y la destruye a la vez. Así sucede casi siempre con las numinosidades, y esto es lógico, pues en cierto aspecto son verdaderas y en otro, inciertas. La vivencia luminosa se eleva y se hunde a la vez. Si Freud hubiera observado mejor la verdad psicológica de que la sexualidad es numinosa —es un Dios y un Diablo— no se hubiera quedado atascado en la estrechez de un concepto biológico. Y Nietzsche, con su entusiasmo, no se hubiera situado al margen del mundo, si hubiera dado más importancia a los fundamentos de la existencia humana.”

“La conversación con Freud me mostró que él temía que la luz numinosa de su teoría sexual pudiera extinguirse por la «negra avalancha». De ello surgió una situación mitológica: la lucha entre luz y tinieblas. Esto explica la numinosidad de esta cuestión y el recurrir inmediatamente a un refugio religioso, a un dogma. En mi próximo libro, que se ocupa de la psicología de la lucha heroica, describo el trasfondo mítico de la extraña actitud de Freud. La interpretación sexual por una parte y las ansias de poder del «dogma» por otra me condujeron, en el transcurso de los años, al problema tipológico, así como a la polaridad y energética del alma. A ello siguió la investigación, durante varios decenios, de la «negra avalancha del ocultismo»; intenté comprender las premisas históricas conscientes e inconscientes de nuestra psicología actual. Me interesaba oír las opiniones de Freud sobre la precognición y sobre parapsicología en general. Cuando le visité en 1909 en Viena le pregunté qué pensaba acerca de ello. De acuerdo con su prejuicio materialista, rechazó radicalmente la cuestión como algo absurdo, basándose en un positivismo tan superficial, que me fue difícil no responderle con acritud. Transcurrieron todavía algunos años hasta que Freud reconoció la importancia de la parapsicología y la autenticidad de los fenómenos «ocultos». Mientras Freud exponía sus argumentos, yo sentí una extraordinaria sensación. Me pareció como si mi diafragma fuera de hierro y se pusiera incandescente —una cavidad diafragmática incandescente. Y en este instante sonó un crujido tal en la biblioteca, que se hallaba inmediatamente junto a nosotros, que los dos nos asustamos. Creímos que el armario caía sobre nosotros. Tan fuerte fue el crujido. Le dije a Freud: «Esto ha sido un fenómeno de exteriorización de los denominados catalíticos.» «¡Bah —dijo él—, esto sí que es un absurdo!» «Pues no», le respondí, «se equivoca usted, señor profesor. Y para probar que llevo razón le predigo ahora que volverá inmediatamente a oírse otro crujido». Y, efectivamente: ¡apenas había pronunciado estas palabras se oyó el mismo crujido en la biblioteca! No sé aún hoy por qué tenía tal certeza. Pero sabía con toda exactitud que el crujido iba a repetirse. Freud me miró horrorizado. No sé qué pensaba o qué miraba. En todo caso, este hecho despertó su desconfianza hacia mí y yo tuve la sensación de haberle hecho algo. Nunca más volví a hablarle de esto.”

“Mi interés irritó a Freud. «Pues ¿qué le pasa a usted con estos cadáveres?», me preguntó varias veces. Se disgustó mucho y durante una conversación sobre ello en la mesa sufrió un mareo. Después me dijo que estaba convencido de que esta charla sobre cadáveres significaba que yo le deseaba la muerte. Quedé más asombrado por esta opinión suya. Quedé asustado y ciertamente por el poder de sus fantasías que podían llegar a ocasionarle un desmayo.”

“Con anterioridad, Freud había formulado ante mí repetidas alusiones a que me consideraba su sucesor. Estas predicciones me resultaban penosas, pues yo sabía que no sería capaz de patrocinar correctamente sus opiniones, es decir, con el significado que él les daba. Además, tampoco había logrado exponer mis objeciones de tal modo que él pudiera aceptarlas, y sentía demasiado respeto por él para poder exigir una explicación definitiva. La idea de que debía encargarme de la dirección de un grupo me resultaba desagradable por muchos motivos. No me interesaba una cosa así. No podía sacrificar mi independencia espiritual y este aumento de prestigio me resultaba incómodo porque no
significaba otra cosa que un abandono de mis verdaderos fines. Para mí se trataba de la investigación de la verdad y no de una cuestión de prestigio personal.”

“Nuestro viaje a los Estados Unidos, que emprendimos en 1909 en Bremen, duró siete semanas. Estuvimos juntos todos los días y analizábamos nuestros sueños. Tuve entonces sueños importantes, con los que Freud no supo qué hacer. No le hice por ello censura alguna, pues al mejor analista le puede suceder que no pueda descifrar el acertijo de un sueño. Era un fallo humano y nunca me hubiera inclinado a interrumpir nuestros análisis y nuestra relación me resultaba sobremanera valiosa. Consideraba a Freud una personalidad de más edad, más madura y de mayor experiencia, y a mí como a un hijo. Sin embargo, sucedió algo que supuso un duro golpe a nuestras relaciones. Freud tuvo un sueño cuyo contenido no estoy autorizado a exponer. Lo interpreté lo mejor que supe, pero añadí que se podían deducir muchas más cosas si quería comunicarme algunos detalles de su vida privada. A estas palabras, Freud me miró extrañado —su mirada estaba llena de desconfianza— y dijo: «El caso es que no puedo arriesgar mi autoridad.» En este instante la perdió. Esta frase se me grabó en la memoria. En ella estaba escrito el final de nuestra relación. Freud colocaba la autoridad personal por encima de la verdad.”

“Bajo la influencia de la personalidad de Freud me había privado en lo posible de mi propio juicio y reprimido mi sentido crítico. Esto constituía la condición previa bajo la que podía colaborar. Me decía a mí mismo: «Freud es mucho más experimentado y más hábil que tú. Ahora escucha simplemente lo que él dice y aprende de él.» Y entonces, para mi asombro, soñé que él era un funcionario amargado de la monarquía austríaca, le soñé muerto, pero como inspector de aduanas aún «en activo». ¿Significaba esto el deseo de muerte que Freud mencionaba?”

“Naturalmente, los hombres que nada saben de la naturaleza son neuróticos, pues no se adaptan a la realidad. Son demasiado ingenuos, como niños, y se les debe explicar, por así decirlo, que son hombres corno los demás. Es verdad que con ello los neuróticos no están todavía curados y sólo pueden conseguir recuperar la salud si se desprenden del cieno de cada día. Pero sólo se encuentran a gusto en su situación de represión, y ¿cómo podrían librarse de ella, si el psicoanálisis no les revela algo mejor y distinto, si incluso la teoría los aprisiona y sólo les deja como posibilidad de solución la decisión «razonable» o «racional» de renunciar definitivamente a sus chiquilladas? Pero esto es precisamente lo que, por lo visto, no pueden hacer. ¿Y cómo podrían hacerlo si no se les descubre algo en que poder apoyarse? No se puede rechazar ninguna forma de vida sin sustituirla por otra. Un modo de vivir totalmente razonable es en la práctica generalmente imposible, máxime cuando, en principio, se es un neurótico. Ahora comprendía por qué me resultaba del mayor interés la psicología personal de Freud. Debía saber a toda costa cómo surgió su «solución razonable». Ello era para mí una cuestión vital por cuya respuesta estaba yo dispuesto a sacrificar mucho. Ahora lo veía claro. Él mismo tenía una neurosis y concretamente fácil de diagnosticar por sus síntomas bastante desagradables, como descubrí en nuestro viaje a América. Me descubrió entonces que todo el mundo es algo neurótico y que, por lo tanto, hay que ser tolerante. Pero no me sentía dispuesto a quedar satisfecho con esto, sino que quería saber mucho más, es decir, cómo se puede evitar una neurosis. Había visto que ni Freud ni sus discípulos podían comprender qué significaba el psicoanálisis en la teoría y en la práctica, puesto que ni siquiera el maestro había logrado resolver su propia neurosis. Cuando anunció su intención de identificar y dogmatizar la teoría y el método, ya no pude cooperar más con él, y no me quedó más opción que retrotraerme a mí.”

Ahora vamos a leer la opinión de Salvador Dalí sobre el creador del psicoanálisis.

Salvador Dalí, Diario de un genio, 11 de Mayo de 1957

“Ésta es, en una única imagen visual, la prueba que aporto a mi tesis, todavía no sostenida, según la cual Freud no sería otra cosa que un «gran místico al revés». Ya que si su cerebro, pesado y condimentado con todas las viscosidades del materialismo, en lugar de colgar depresivamente, estirado por la fuerza de la gravedad de las cloacas más subterráneas de las profundidades de la tierra, se hubiera estirado, por el contrario, hacia el otro vértice, el de los abismos celestiales, su propio cerebro, repito, en vez de parecerse al caracol casi amoniacal de la muerte, se habría asemejado a la gloriosa Asunción pintada por el Greco, de la que he hablado unas líneas más arriba.

El cerebro de Freud, uno de los más saborosos e importantes de nuestra época, es, por excelencia, el caracol de la muerte terrestre. En eso, por otra parte, reside la esencia de la constante tragedia del pueblo judío, siempre privado de ese elemento primordial: la Belleza, condición necesaria para alcanzar el pleno conocimiento de Dios, que ha de ser de una belleza suprema.

Al parecer, sin darme cuenta, dibujé la muerte terrestre de Freud en el retrato al carbón que hice de él un año antes de su muerte. Pretendía, especialmente, realizar un dibujo puramente morfológico del genio del psicoanálisis, en lugar de intentar hacer de una forma evidente, el retrato de un psicólogo.”

“Encasillo a Freud sin la mayor vacilación en la categoría de los héroes. Ha desplazado, en el aprecio del pueblo judío, al más grande de sus héroes, el que hasta ahora gozaba de mayor prestigio: Moisés. Freud ha demostrado que Moisés era egipcio y, en el prólogo de su libro sobre Moisés —el mejor y el más trágico de todos sus libros—, advertía a sus lectores que esta demostración había sido su tarea más ambiciosa y más ardua, ¡pero también la más corrosivamente amarga!”


Que le pregunten a una ninfómana o a un adicto al sexo, si la represión sexual es el único origen de todos sus problemas...

 
 
 







jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Quién era Carl Jung?


Carl G. Jung, médico y psicólogo, formó parte del círculo de Sigmund Freud que crearía el método del psicoanálisis, pero llega un punto en que se distancia de las teorías freudianas. Freud defendía que todos los porblemas de personalidad en los adultos eran fruto de traumas de infancia no resueltos que se quedaban latentes en el inconsciente. Por su parte Jung pensaba que el comportamiento humano era demasiado complejo como para recluirlo y atribuirlo en exclusividad a la “memoria de la infancia”, y entonces crea su teoría del inconsciente colectivo; una parte de la mente humana inconsciente que nos conecta de alguna manera con los demás individuos, en donde residen unos patrones de comportamiento universales llamados arquetipos. Los arquetipos pueden mostrarse en forma de símbolos en los sueños, son la fuente de la imaginación colectiva que creó la mitología en épocas pasadas. Dioses, espíritus, demonios, ángeles, extraterrestres... son la parte reconocible en nuestro pensamiento racional, de “cosas” que superan la comprensión lógica de la mente humana, que residen en lo incognoscible. No voy a posicionarme en si estas “cosas” son realidad o fruto de la imaginación humana, pues este es un debate filosófico fútil para el tema que nos ocupa. Son realidad en la mente humana, pues son pensamientos, y con esta apreciación nos bastará por el momento.

Según Jung, el arquetipo tiene una esencia y una apariencia, siguiendo con la filosofía Kantiana del noumen y el fenoumen. Según la cultura o la educación(parte racional y visible de la mente humana) que hayamos recibido, un mismo arquetipo o principio de comportamiento puede manifestarse de una forma u otra. Por ejemplo, si somos cristianos podemos soñar con ángeles y demonios, y quizás aquel sueño tenga el mismo significado profundo que el de un ateo que sueñe con distintas figuras extraterrestres. Un arquetipo X puede tomar una forma u otra en nuestra mente simbólica de los sueños o del lenguaje según la cultura en donde se encuentre la persona.

Pero las teorías de Carl Jung han sido ampliamente abandonadas tanto por la ciencia, como por la medicina y los estudios reglados de psicología. ¿Por qué? Enlazo ahora con la creencia oficial de lo que es “real”. Defender que las imágenes de un sueño son algo así como “reales” supone a día de hoy tener en contra a toda la estructura de los estudios universitarios, con sus becarios, profesores interinos, profesores titulares, catedráticos, y rectores que conforman este sistema de transmisión de “conocimiento” con raíces en el sistema feudal, que en la época de Internet y de las nuevas tecnologías todavía no ha encontrado la oportunidad de modernizarse. Estamos hablando de un sistema de “conocimiento” en donde para conseguir una plaza hay que rendir pleitesía a tu superior, y hay que enseñar a los jóvenes alumnos lo que diga el catedrático del departamento que lleva viviendo como un rey desde hace cuarenta años y que desde que consiguió la plaza no ha abierto ni una revista científica ni un libro para informarse de las nuevas tendencias socioculturales. Pero trabajan la mitad que un trabajador normal, y cobran cuatro veces más.

Después de quedarme a gusto criticando el sistema feudal-universitario, volvamos al estudio de la psicología humana. Jung es defenestrado del sistema. Es un “hereje” porque no comparte la visión materialista de la “ciencia”. Y digo la palabra “hereje” porque Jung realiza una investigación exhaustiva precisamente de los gnósticos, los acusados de herejía durante la edad media, declarándose él mismo algo muy próximo a “gnóstico”. La persona “gnósitca” es aquella que “conoce”. El gnosticismo es un sistema de pensamiento enfocado a la realización personal, a obtener el equilibrio entre las distintas facetas que componen la vida humana, libre de obediencias externas como podrían ser la de un estado opresor o la de una religión como la del vaticano. El gnóstico ve por él mismo, y elige su propio camino.

Jung llegó a sus conclusiones después de una vida dedicada el estudio de la mente humana, tanto mirando hacia su interior, como analizando a sus pacientes. En la carrera de psicología actual se enseñan, por contra, las teorías de Lacan, una persona que realizó sus estudios con perros. Sí, con perros. Esto no es ninguna metáfora despreciativa hacia ningún colectivo humano. La psicología “humana” que se enseña en la universidad está basada en la psicología del perro. Entonces me pregunto yo, porque tengo una mente inquieta y a menudo me hago preguntas subversivas: ¿no será que hay alguien en cierta posición de poder a quien le interesa que el ser humano sea visto como un perro? ¿No será que interesa que el ser humano funcione con estímulos premio-castigo, y acate obedientemente las normas de su amo? ¿En dónde quedan entonces los coneptos de conciencia, libertad, responsabilidad, libre albedrío, si la psicología universitaria es la del perro? Y si obedeciendo a tu amo llega un punto en que encuentras que falta algo en tu vida, estás cansado de la monotonía, sueñas cosas fantásticas que no tienen nada que ver con tu realidad diaria, y te deprimes, entonces para eso están las compañías farmacéuticas, que nos suministrarán inmediatamente antidepresivos para que dejemos de hacernos estas preguntas “raras”.






Carl Jung: Recuerdos, sueños y pensamientos(1961). Extracto del capítulo 12: Últimos Pensamientos.
 
A la luz siguen las tinieblas, la otra cara del Creador. Este desarrollo alcanza su punto culminante en el siglo XX. Ahora el mundo cristiano se enfrenta realmente con el principio del mal, concretamente con la franca injusticia, tiranía, mentira, esclavitud y coacción de conciencia. Esta manifestación del mal sin disimulo ha adoptado en el pueblo ruso figura permanente al parecer, aunque el primer brote de incendio se produjo en los alemanes. De este modo se ha evidenciado hasta qué grado está socavado el cristianismo del siglo XX. Frente a esto el mal ya no se deja equiparar con el eufemismo de la inofensiva privatio boni. El mal se ha convertido en realidad determinante. Ya no se puede eliminar del mundo una perífrasis. Debemos aprender a contar con él, pues quiere vivir con nosotros. Cómo sería ello posible: sin grandes desgracias no es de momento concebible. En todo caso, necesitamos una reorientación, es decir una metanoia. Si se habla del mal existe el peligro de caer en él. Y ya no está permitido «caer», ni siquiera en el bien. Un supuesto bien en el que se cae pierde su carácter moral. No se trata de que se convirtiera en mal, pero desencadenaría malas consecuencias por haber caído en él. Toda adicción es mala, independientemente de si el narcótico es el alcohol, morfina o idealismo. Tenemos que estar prevenidos de pensar sobre el bien y el mal como opuestos absolutos. El criterio sobre la acción ética ya no puede consistir en la simple visión que el bien tiene la fuerza de un imperativo categórico, mientras que el llamado mal puede resolutivamente ser evitado. El reconocimiento de la realidad del mal necesariamente relativiza tanto al bien como al mal, convirtiendo a las dos mitades en un todo paradójico. En la práctica esto significa que el bien y el mal pierden su carácter absoluto y nosotros nos vemos forzados a reflexionar que representan juicios. La imperfección de todo juicio humano nos sugiere siempre la duda de si nuestra opinión es siempre acertada.

También podemos encontrarnos sometidos a un juicio falso. Por ello el problema ético se capta solamente cuando nos sentimos inseguros respecto a nuestra calificación moral. Con todo, debemos decidirnos éticamente. La relatividad de lo «bueno» y lo «malo» no significa en absoluto que estas categorías queden invalidadas o no existan. El juicio moral se encuentra presente siempre y en todas partes con sus consecuencias psicológicas características. Tal como he subrayado en otro lugar, el error cometido, planeado y pensado se vengará en nuestras aulas en el futuro igual que ha hecho hasta el presente, independientemente de que el mundo haya cambiado o no para nosotros. Son solamente los contenidos del juicio los que sucumben a las condiciones de lugar y tiempo, y varían paralelamente. La valoración moral se fundamenta siempre en nuestro código de costumbres, que nos parece seguro, que pretende saber lo que es bueno y malo. Pero ahora que sabemos lo inseguro que es el fundamento, la decisión ética se convierte en una acto creador subjetivo que sólo podemos asegurarnos concedente Deo, es decir, necesitamos un impulso espontáneo y decisivo por parte del inconsciente. La ética, es decir, la decisión entre Bien y Mal, no es afectada por esto, sólo se dificulta. Nada puede ahorrarnos la tortura de la decisión ética. Por esta razón, por duro que pueda sonar, debemos de tener la libertad en algunas circunstancias de evitar el conocido bien moral y realizar lo que es considerado como malo, si nuestra decisión ética lo requiere. En otras palabras: no hay que caer en los extremos. Frente a una parcialidad de ese tipo disponemos del modelo del netineti de la filosofía India. En ella el código de la moral, si el caso lo exige, se suprime sin falta y se deja a la decisión ética del individuo. Esto no es en sí nada nuevo, sino que se ha conocido ya desde la época prepsicológica como «colisión de deberes».

El individuo, sin embargo, es generalmente tan ignorante que desconoce en absoluto sus propias posibilidades de elección y por esta razón busca siempre angustiadamente las reglas y leyes externas en que poder confiar en su desorientación. Visto desde la insuficiencia humana general, una gran parte de culpa reside en la educación, que promulga las antiguas generalizaciones y no dice nada sobre los secretos de la experiencia personal. Además, todos los esfuerzos se realizan en enseñar creencias idealizadas o conductas que la gente sabe en sus corazones que nunca las podrán poner en práctica y estos ideales son predicados por docentes que saben perfectamente que nunca han vivido en estos altos estándares y nunca lo harán. Esta manera de enseñar es aceptada sin reparos.
Así pues, quien desee obtener una respuesta al actualmente planteado problema del mal necesita en primera instancia un autoconocimiento básico, es decir, el mejor conocimiento posible de su totalidad. Debe saber sin paliativos hasta qué punto es capaz de hacer el bien y qué crímenes puede cometer, y debe cuidarse de considerar a uno como real y al otro como ilusorio. Ambas cosas son ciertas como posibilidad y ni una cosa ni la otra se eludirán completamente, si quiere —como debe— vivir sin autoengaño ni autodecepción. Sin embargo, en general, se está desesperantemente lejos de un tal grado de conocimiento, pese a que en muchos hombres de hoy sería perfectamente posible un autoconocimiento más profundo. Tales autoconocimientos son necesarios porque sólo en virtud de ellos resulta posible aproximarse al aspecto básico o al núcleo de la esencia humana, donde choca con los instintos. Los instintos son, a priori, factores dinámicos de los que dependen en última instancia las decisiones éticas de nuestra consciencia. Se trata del inconsciente y sus contenidos, acerca de lo cual no existe ningún juicio definitivo. Sólo se pueden tener prejuicios, pues no resulta posible captar su esencia y fijarle límites racionales. Sólo se alcanza conocimiento de la naturaleza mediante la ciencia que amplía el campo de la consciencia, y por ello también la ciencia necesita autoconocimiento profundo, es decir, necesita de la psicología. Nadie construye un telescopio o microscopio, por así decirlo, a pulso y con buena voluntad, sin conocimientos de óptica.

Hoy necesitamos la psicología por razones vitales. Nos encontramos perplejos, confusos y desorientados frente al fenómeno del nazismo y del bolchevismo, porque no se sabe nada de los hombres o sólo se tiene de ellos una imagen parcial y desfigurada. Si tuviéramos autoconocimiento no sucedería esto. Ante nosotros se alza la terrible cuestión del mal y no se sabe siquiera dar una respuesta. Y si se supiera darla no se podría concebir «cómo pudo suceder todo esto». Con genial ingenuidad un estadista explica que no tiene «imaginación para el mal». Completamente correcto: no se tiene imaginación para el mal, pero él nos tiene a nosotros. Unos no quieren saber esto, otros se sienten identificados con el mal. Tal es la actual situación psicológica del mundo: unos se imaginan aún cristianos y creen que pueden aplastar el llamado mal bajo sus pies; otros han caído en él y ya no ven el bien. El mal se ha convertido actualmente en un Gran Poder: una mitad de la humanidad se apoya en una doctrina fabricada por la racionalización humana; la otra mitad enferma por falta de un mito apropiado a la situación. En lo que respecta al pueblo cristiano, su cristianismo está dormido y ha olvidado en el transcurso de los siglos construir nuevamente su mito. No se ha prestado atención a aquellos que expresaron los oscuros movimientos de crecimiento en las concepciones míticas.

Un Gioacchino da Fiore, un Maestro Eckhart, un Jakob Boehme y tantos otros siguen siendo para las masas hombres oscuros. Un único rayo de luz es Pío XII y su dogma. Pero ni siquiera se sabe de qué hablo cuando digo esto. No se comprende que haya muerto un mito, si ya no vive ni se desarrolla.

Nota: sube el volumen y los graves de tu reproductor ;)