Presentación

Este blog está realizado con el objetivo de divulgar conocimientos sobre filosofía, ciencia, sociedad, política y espiritualidad en un intento de unir estas disciplinas que en la actualidad se estudian por separado. Continuar leyendo la presentación

lunes, 19 de noviembre de 2012

Los doctos


Menger es uno de esos sabios de los cuales es interesante saber sobre su vida, a la par que sobre su obra. Menger trabajó de periodista una vez doctorado, haciendo boletines sobre el estado del mercado. Aquella larga labor de investigación en la calle(un sitio en el que raramente encontramos académicos) observando cómo se formaban los precios de las mercancías, le hizo dudar de las teorías oficiales, pues se dio cuenta que los hombres de negocios preferían sus métodos prácticos para fijar los precios, antes que las teorías académicas tradicionales. En 1871 publica Principios de economía política. En él, argumenta su tesis del valor subjetivo de las cosas, independientemente de lo que haya costado su anterior producción. Menger entonces choca frontalmente con la corriente que predominaba por aquel entonces en los territorios de habla alemana, la Escuela Historicista, que reniega de la validez de los postulados teóricos de Menger, pues los historicistas sólo tienen en cuenta la observación del pasado histórico o estadístico, negando la validez de cualquier especulación teórica. Entonces se establecen una serie de discusiones académicas muy duras con el representante de la escuela alemana historicista, Schmoller, que gozaba de mayor prestigio. El resultado fue que Menger se quedaría solo defendiendo sus posturas, y se encuentra con una dura lucha dialéctica que le lleva al ostracismo en Alemania. Schmoller llega a decir cosas como que Menger no está capacitado para enseñar, e incluso le devuelve una publicación que aquél le envió a modo explicativo, añadiendo que ni tan siquiera había perdido el tiempo para leerla. Y entonces pasan aquellas cosas mágicas que suceden sólo de vez en cuando en la historia, de manos de hombres capacitadísimos que tienen que luchar contra unas opiniones que prevalecen en un momento dado. Menger se da cuenta de que sus teorías no son aceptadas por sus contemporáneos, no porque éstas sean erróneas, sino porque no se ha podido llegar a entender ni tan solo el método que había usado él para poder llegar a estas conclusiones. Entonces sigue investigando, pero esta vez en el campo de la filosofía, sobre la manera en que el ser humano puede llegar al obtener conocimiento de la llamada realidad. Estudia filosofía de la ciencia. Y después de ocho años, publica sus Investigaciones sobre el método. Y...¡SORPRESA! ...el tío lo rompe.

Ahora empiezan a permear sus ideas que formaron la Escuela Austriaca de Economía, aunque sus investigaciones sobre el método todavía quedan lejos de aceptarse. Menger incluso se negó a reeditar su Principios de economía política porque sabía la razón de que no se comprendiera, y estuvo dedicado los últimos años de su vida preparando una revisión completa que incluyera tanto los Principios, como el Método. Quizás se propuso un objetivo demasiado ambicioso, pues no pudo terminarlo, y aquel esfuerzo lamentablemente sólo quedó en forma de una serie de notas manuscritas desordenadas que ni su hijo pudo ordenar. Aquél sólo pudo publicar algo sobre la parte referente a la economía.

El Método de Menger supone una revolución de 360º sobre la manera en que a día de hoy los humanos, entendemos tanto a la ciencia así como el conocimiento. La incomprensión de sus contemporáneos académicos le hizo ir a estudiar la base, los fundamentos sobre los que se asientan los conocimientos que llamamos científicos. Y se dio cuenta del hecho de que las universidades, los centros académicos, están nada más y nada menos que en terreno resbaladizo, asentados en una serie de inercias y aceptaciones heredadas por tradición, que muy poca gente se atreve, desde los mismos centros académicos, a poner en duda. ¿Los doctores y catedráticos aman demasiado su posición social o sillón como para ponerse a pensar? ¿Qué sentido tienen las universidades hoy en día si no se alienta el espíritu crítico?

Aunque sólo tengamos unas meras trazas del método que nos legó Menger, después de más de cien años de su publicación, misteriosamente cobra vida de nuevo, y no sólo es válido para la economía, como ha demostrado la Escuela Austriaca de Economía, que predijo la crisis actual ante la indiferencia de los economistas oficiales, sino que también sirve para replantear el llamado método hipotético-deductivo para otras ciencias como serían la biología, la sicología, la sociología, la medicina, y no digo la física ni la química ni las matemáticas porque el método de Menger ya se aplicaba en ellas de forma espontánea o involuntaria.    

A Nietzsche le pasó algo similar. Era un notable doctor de filología clásica en la Universidad, y le da por publicar El nacimiento de la tragedia. Evidentemente, ninguno de sus compañeros de docencia entiende una mierda de aquello sobre lo que el bueno de Friedrich está hablando, e incluso le llegan a decir: Nietzsche ha dejado de ser un docto. A lo que él replica en su libro Así habló Zaratustra, en el capítulo sobre los “doctos”:

Mientras yo yacía dormido en el suelo vino una oveja a pacer de la corona de hiedra de mi cabeza, - pació y dijo: «Zaratustra ha dejado de ser un docto». Así dijo, y se marchó hinchada y orgullosa. Me lo ha contado un niño. Me gusta estar echado aquí donde los niños juegan, junto al muro agrietado, entre cardos y rojas amapolas. Todavía soy un docto para los niños, y también para los cardos y las rojas amapolas. Son inocentes, incluso en su maldad. Mas para las ovejas he dejado de serlo: así lo quiere mi destino - ¡bendito sea! Pues ésta es la verdad: he salido de la casa de los doctos: y además he dado un portazo
a mis espaldas. Durante demasiado tiempo mi alma estuvo sentada hambrienta a su mesa; yo no estoy adiestrado al conocer como ellos, que lo consideran un cascar nueces. Amo la libertad, y el aire sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades. Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo sin aliento. Entonces tengo que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo. Pero ellos están sentados, fríos, en la fría sombra: en todo quieren ser únicamente espectadores, y se guardan de sentarse allí donde el sol abrasa los escalones. Semejantes a quienes se paran en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa: así aguardan también ellos y miran boquiabiertos a los pensamientos que otros han pensado. Si se los toca con las manos, levantan, sin quererlo, polvo a su alrededor, como si fueran sacos de harina; ¿pero quién adivinaría que su polvo procede del grano y de la amarilla delicia de los campos de estío? Cuando se las dan de sabios, sus pequeñas sentencias y verdades me hacen tiritar de frío: en su sabiduría hay a menudo un olor como si procediese de la ciénaga: y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a la rana! Son hábiles, tienen dedos expertos: ¡qué quiere mi sencillez en medio de su complicación! De hilar y de anudar y de tejer entienden sus dedos: ¡así hacen los calcetines del espíritu! Son buenos relojes: ¡con tal de que se tenga cuidado de darles cuerda a tiempo! Entonces señalan la hora sin fallo y, al hacerlo, producen un discreto ruido. Trabajan igual que molinos y morteros: ¡basta con echarles nuestros cereales! – ellos saben moler bien el grano y convertirlo en polvo blanco. Se miran unos a otros los dedos y no se fían del mejor. Son hábiles en inventar astucias pequeñas, aguardan a aquellos cuya ciencia anda con pies tullidos, - aguardan igual que arañas. Siempre les he visto preparar veneno con cautela; y siempre, al hacerlo, se cubrían los dedos con guantes de cristal. También saben jugar con dados falsos; y los he encontrado jugando con tanto ardor que al hacerlo sudaban. Somos recíprocamente extraños, y sus virtudes repugnan a mi gusto aún más que sus falsedades y sus dados engañosos. Y cuando yo habitaba entre ellos habitaba por encima de ellos. Por esto se enojaron conmigo. No quieren siquiera oír decir que alguien camina por, encima de sus cabezas; y por ello colocaron maderas y tierra e inmundicias entre mí y sus cabezas. Así amortiguaron el sonido de mis pasos: y, hasta hoy, quienes peor me han oído han sido los más doctos de todos. Entre ellos y yo han colocado las faltas y debilidades de todos los hombres: - «techo falso» llaman a esto en sus casas. Mas, a pesar de todo, con mis pensamientos camino por encima de sus cabezas; y aun cuando yo quisiera caminar sobre mis propios errores, continuaría estando por encima de ellos y de sus cabezas. Pues los hombres no son iguales: así habla la justicia, ¡y lo que yo quiero, eso a ellos no les ha sido lícito quererlo!

Así habló Zaratustra

sábado, 17 de noviembre de 2012

Las cuatro leyes de la naturaleza humana


Puedo estar observando con admiración un bonito gorrión que viene a posarse en nuestro jardín, mientras de pronto, el lindo gatito que a menudo venía a visitarme y a hacerme mimos, se abalanza sobre él, le arranca de un mordisco la cabeza, y empieza a engullirlo con evidente placer. ¿Es el tierno minino que momentos antes se dejaba acariciar apaciblemente, malo? ¿Qué ha pasado? Los juicios morales o éticos son el resultado por parte de la mente humana de clasificar o dividir en dos los actos a los que un humano puede atenerse. Pero evidentemente, el gatito no se encuentra en aquella clasificación. Simplemente, ha seguido sus instintos, abandonándose al placer del juego que produce la caza, y a la posterior degustación de su recompensa. Obedeciendo a las leyes de la naturaleza. A su instinto de supervivencia. Unas leyes que en mayor o menor grado, los humanos también acatamos, ya sea con conocimiento o a nivel inconsciente. Durante milenios, se han hecho intentos o experimentos sociales para contener a la bestia que habita en nuestro interior, y éstos han recibido el nombre de conducta moral o religión. Vamos a explicar ahora cuales son las leyes naturales o instintos que imperan en el hombre.

  1. Satisfacer las necesidades básicas de alimentos, agua y cobijo.
  2. La naturaleza nos ha hecho seres sociales, por lo tanto necesitamos de otros para hablar, intercambiar opiniones, aprender y cooperar.
  3. La necesidad biológica de perpetuar la especie nos ha provisto del deseo sexual, aunque yo difiero con muchos autores en que éste tiene una función meramente fisiológica para el humano, llegando, creo yo, a preferir éste la unión sexual con alguien con quien haya afinidad de caracteres, o se pueda producir una unión a nivel también emocional, no sólo física.

El tercer punto tiene una gran importancia, y es a menudo fuente de debate entre filósofos, biólogos y pensadores en general. Vamos a esclarecerlo. Hay autores que han afirmado que el hombre tiene el impulso de esparcir su semilla por los cuatro vientos, y que sólo la mujer aspira a aquella unión emocional, pues es ella la que gesta el bebé, y por lo tanto necesita también de los cuidados y la atención de un macho. La refutación de esto se establece por implacable lógica, aceptando las leyes evolutivas darwinianas. ¿Qué dice Darwin? Que sólo las especies que son mas eficientes en el aprovechamiento de los recursos(dígase energía, alimentos) del entorno, sobreviven. ¿Qué es más eficiente para la supervivencia de los bebés, una pareja unida por un vínculo emocional que será capaz de mover montañas para que su descendencia tenga éxito, o una mujer sola que se tiene que entender con innumerables machos que miran a los bebés de ella de forma indiferente?  Creo que la respuesta está dada. A los que se oponen en éste punto, diciendo que lo natural e instintivo es ser una máquina de follar, se les podría poner el ejemplo de los pájaros. Sí, los pájaros. La naturaleza es un libro bellísimo que nos muestra cotas altísimas de sabiduría. Sólo hay que acercarse a ella con la mente abierta. Los pájaros, señores míos, a) son monógamos, y b) el macho se queda cuidando los pollitos mientras la hembra va en busca de comida. No hace falta decir nada más respecto a éste punto.

  1. Y, misteriosamente, el hombre no se queda en éstos tres puntos anteriores, que se podría decir sin temor a equivocarme, forman parte de la mayoría de las especies del reino animal. El ser humano tiene, además, inteligencia. Conciencia de sí mismo, de su relación con el entorno, de su mundo, su universo. Esto provocó desde los mismos albores de la civilización, que el ser humano buscase algo más allá. Como mínimo una explicación a su existencia, un sentido a su devenir, intentar la comprensión de los fenómenos naturales, desarrollar la técnica para poder controlarlos y beneficiarse de ella para aumentar su bienestar, prever catástrofes, desarrollar nuevos tipos de organizaciones políticas o Estados que mejoren a las anteriores... así como la creación del Arte, la música, la ciencia, y hasta llegar a los conocimientos que los humanos poseemos mientras escribo estas líneas.


Una característica del ser humano(bueno... no de todos, pero por lo menos sí de algunos, entre los que yo me incluyo), es la de querer crear algo por encima de uno mismo. Nietzsche lo llamó Superhombre. A qué se refería el satírico y cachondo anticristo con eso del superhombre? No, no es un hombre alto, rubio y con los ojos azules. El Superhombre es aquel humano que ha aceptado que él forma parte de la naturaleza, y que es un sinsentido negar cualquiera de los cuatro principios instintivos que he enumerado con anterioridad. No sólo es un sinsentido, sino que por mucho que queramos, las fuerzas de la naturaleza que corren en nuestro interior, tarde o temprano reclamarán SU parte, y como no las hayamos tenido en cuenta a la hora de organizar nuestra viva diaria, éstas aparecerán, y de forma violenta e inesperada. El superhombre es aquel humano que se ha podido desembarazar ya de los dogmas o religiones, y ha aprendido a mirar en su interior, para poder tomar las decisiones de su vida. El superhombre es aquel humano que ha aprendido también a vivir en la incerteza que causa la caída de todos los dogmas o –ismos. Es aquel que sabe que por mucho que quiera saber y obtener respuestas firmes, no existen, y por tanto, mas vale dejar de preguntarse en cierto punto, y simplemente, disfrutar. Reír. Reírse de uno mismo y de su propia estupidez. Compartir. Admirar la belleza por el simple hecho de admirar la Belleza, y dar las gracias a la naturaleza por regalarnos tan preciado momento.

No soy un hombre, soy dinamita, dijo Nietzsche.
No soy un hombre, soy un hierro incandescente que irradia calor de forma lenta y prolongada, digo yo.